Ensayo sobre la integración de personas en Imperio
Si bien Roma es la “potencia civilizadora” que tomará la representación de la difusión de la “cultura”, es gracias a convertirse en la gran potencia imperialista de la época por lo que inicia el proceso que X. Esplugas designa como “aculturación”, “proceso de cambio producido en la cultura originaria de grupos que entran en contacto directo y continuo”[1]. Esta “aculturación” favoreció la integración de diversos pueblos, algunos con derechos y privilegios que se asemejaban a los disfrutados por la ciudadanía romana, otros en cambio seguían bajo el yugo del imperialismo romano.
Judíos y cristianos no fueron los únicos pueblos que pasaron a integrarse dentro del imperio romano. El norte imperial había marcado frontera a la altura de los ríos Rin y Danubio en época de Augusto, ya que el “Clades Variana” (Desastre de Varo en la batalla de Teutoburgo) había agrupado diferentes tribus germánicas aliadas contra una Roma que renuncia a la conquista de Germania libre, pues los romanos ya habían creado la Germania inferior y la Germania superior, creando entre otras los estados de Colonia, Bonn, Estrasburgo, Augsburgo y Viena, donde se utilizaba a los germanos, llamados “bárbaros”, a modo de mano de obra barata, e incluso se les permitió formar parte del propio ejército romano, ávido de soldadesca, a cambio de remuneración y la obtención de la tan ansiada ciudadanía romana.
Los pueblos germanos, a quienes se les llamaba “bárbaros” por su carácter violento, también fueron un referente para el Imperio romano, pues se les enaltecía el espíritu de independencia y se les estimaba que viviesen sin estar “contaminados” por los vicios de la civilización, pero por otro lado, como dice Ramírez Batalla, “una particularidad esencial de los bárbaros era su incapacidad de desarrollar un sistema social de coexistencia basado en leyes”[2], esta ambivalencia de querer por un lado pactar con los bárbaros y por otro combatirlos, es algo que podemos apreciar en la película “La caída del Imperio Romano” (The Fall of the Roman Empire) del director Anthony Mann (1964), donde por un lado el emperador reconoce necesitar fronteras humanas (min. 00:17:45) y por el otro nos presenta al hijo de Marco Aurelio, Cómodo, matando en singular batalla a varios de los bárbaros (min. 00:48:00), para llevarnos al núcleo que nos interesa, donde Livio ofrece la libertad y la ciudadanía romana a los bárbaros (min. 01:35:00), convenciendo para ello, con la ayuda de Timónides, al bárbaro Ballomar, por lo que Livio debe dirigirse al Senado para solicitar la validez de semejante ofrecimiento, hecho que muestra un senado dividido, por un lado, los que se oponen y quieren la crucifixión de los bárbaros, a lo que Timónides, historiador griego y compañero de Dión de Siracusa versado en la oratoria y la retórica, expone “Roma ha aceptado la igualdad. La pax romana”[3], y es aquí donde se concluye el propio título de la película, al afirmar Timónides, personaje secundario, pero de nexo entre romanos y bárbaros, lo siguiente: “¿Cómo muere un Imperio? Llega un día donde el pueblo pierde la fe en ese Imperio” (01:53:00), el resto bien puede ser ficción.
Ficción porque nos muestra batalla entre Livio y Cómodo, y no parece ser cierto que Cómodo falleciese así, al igual que nos muestra una visión distorsionada de un Marco Aurelio, a quien se le llamaba el César filósofo, pues fue discípulo de Epicteto, ambos estoicos, seguramente ahí radicaba la apertura de mentalidad de este emperador hacia los pueblos “bárbaros”, aunque dicha afirmación sea de un subjetivismo total.
Marco Aurelio tomó las riendas del Imperio cuando Roma llevaba 250 años luchando contra las tribus germanas, y la frontera del Danubio siempre había sido un problema, y lo seguiría siendo por el resto de sus días, una guerra de desgaste en material humano y económico inaguantable para la propia supervivencia de ambos pueblos.
Aaron Irvin, (Assistant Professor of History, Murray State University), en la serie documental de Netflix “El imperio romano” (T01E01) hace una pregunta fundamental que no se logra discernir, “¿Por qué Marco Aurelio escogió a su hijo Cómodo para darle las riendas del Imperio?” ya que era sabido que Cómodo no era apto ni tampoco estaba preparado, y además, lo hace en un momento donde las tribus germanas se aliaban contra Roma. La respuesta se anticipaba en la película de Anthony Mann, cuando Livio le dice a Cómodo:
- (Respecto a pueblos no romanos) “Siempre fueron fieles”
- “Fieles con mi padre, no conmigo (Responde Cómodo)”[4]
Ahí se evidencia la incompetencia de Cómodo para tratar estos temas, de hecho, la hija de Marco Aurelio, Lucila, doce años mayor que Cómodo estaba más preparada, la lástima fue el error que cometió la emperatriz Faustina, esposa de Marco Aurelio, al pensar que éste había fallecido y acudir a Egipto para aliarse con el gobernador Avidio Casio para garantizarse la estabilidad familiar, lo que le llevó a un “craso” error que le acabaría costando la vida.
No era la primera vez que se planteaba la concesión de la ciudadanía romana a bárbaros o extranjeros. El texto de Tapia Zúñiga, “El discurso de Claudio ante el senado (Ann. XI, 24) y la política imperial romana” es un ensayo que clarifica el discurso de Claudio para la extensión del ius honorum al ámbito provincial, aunque analizado desde las palabras de Tácito. ¿Qué es el ius honorum?, aquellos que habían acabado obteniendo la ciudadanía romana, ahora se planteaban el acceso a los cargos públicos, incluyendo el Senado y por ende formar parte del gobierno del imperio. Cuando digo que dicho ensayo lo clarifica, es porque realiza un esfuerzo en acercarse a la realidad de la época y de este modo eliminar falsedades.
Para el historiador especializado en la Antigua Roma, Ronald Syme, Tácito imagina como fue la reunión privada de los consejeros mediante un discurso que objeta y sitúa en contra de conceder el ius honorum a la solicitud del pueblo galo y a la propuesta del propio príncipe, y luego muestra el discurso de Claudio que refuta los argumentos de los senadores, cual símil entre Timónides y la petición de Livio de conceder la ciudadanía romana a los bárbaros en la película de A. Mann.
Claudio rechaza los argumentos de la oposición, según nos revela la Lugdunensis encontrada en Lyon (1528) con el texto original, y alega que “desde el principio del régimen republicano, familias enteras habían sido aceptadas en la ciudadanía romana e incluso en el rango de patricio, con la posibilidad de acceder a todas las magistraturas”[5], y defiende su argumentación por una mera propiedad transitiva, ya que si obtuvieron la ciudadanía romana, eso implica los mismos derechos del ius honorum, al igual que acabaron implicándose en la clase patricia, y como segundo aporte esencial del discurso de Claudio, su afirmación de que la ciudadanía romana ya no es un privilegio individual, sino un privilegio universal de la ciudadanía romana.
Imagino que poco pudieron discrepar los senadores romanos que iban contra la opinión de Claudio cuando éste apeló al honor de que los Balbos de Hispania (gaditanos) y otros más que sentían el mismo amor patrio hacia Roma que cualquiera de ellos, porque como dice Tácito, “el carácter romano había ofrecido el valor y la gloria”[6] y en línea con Ramírez Batalla, no todo lo que los unía eran razones económicas o políticas, sino que la ideología eran de gran valor, aunque la sentencia final del discurso de Claudio ya de por sí es irrebatible y delicado para sus oponentes: “el verdadero continuador de la política republicana (priori populo) es el emperador y no los senadores, que se empeñaban en aparecer como los legítimos herederos de la res publica”[7].
Los senadores situados en contra del discurso de Claudio o en contra del Discurso de Timónides constatan las dos posiciones del pueblo romano versus los bárbaros, unos eran de rechazo hostil por ser enemigos y otros los tomaban como modelo para la autocrítica romana, de hecho el propio Julio César en sus escritos deja constancia de lo inestables que era llegar a acuerdos y que los cumpliesen, o con los adjetivos de mentirosos, traicioneros, locos, injuriosos, etc, que cita el texto de “Las dos caras de Jano: la imagen del bárbaro en el imperio romano”.
No es la primera vez que Tácito pone de ejemplo a otros pueblos bárbaros como el citado anteriormente de los Balbos de Hispania, pueblos que habían acabado consiguiendo la tan preciada ciudadanía romana, en sus “Anales, XI, 23-25” habla de los jefes de la Galia que eran conocida como Cabelluda (Galia Comata) quienes habían alcanzado dicho honor. El resto de las interpretaciones, sobre Tácito y su retórica para expresar unos hechos, que realiza el autor Tapia, en mi opinión expresan posibles desviaciones del discurso que bien pudieron o que no ocurrieron, en cualquier caso, la sentencia final fue clara “los romanos no tuvieron dificultad para conceder a extranjeros no sólo la ciudadanía, sino también el ius honorum”[8].
La paradoja de todo esto es la que M. Ángel Ramírez cita sobre aquellos bárbaros que “[…] buscaban la humanidad romana entre bárbaros al no tolerar la inhumanidad bárbara entre romanos”[9].
Esteban RUBIO COBO
[1] ESPLUGA, Xavier. “El mundo clásico II”. Materiales UOC. PID_00178895. Tema 8. “Urbi et orbi. Romanización y contacto de culturas”. 2022. p. 136.
[2] RAMÍREZ BATALLA, M.A. “Las dos caras de Jano: la imagen del bárbaro en el imperio romano”. Espacio, tiempo y forma. Serie II, Historia antigua, 22. 2009. p. 276.
[3] LEROY, Mervyn. “Quo Vadis. Los mejores momentos de Nerón y Petronio”. 1951. Min. 01:49:17.
[4] LEROY, Mervyn. “Quo Vadis. Los mejores momentos de Nerón y Petronio”. 1951. Min. 02:06:00.
[5] TAPIA ZÚÑIGA, J. “El discurso de Claudio ante el Senado (Ann. XI, 24) y la política imperial romana”. Acta Poética 29. 2008. p. 183.
[6] TACITO. “Anales, XI”, pp. 23-25.
[7] TAPIA ZÚÑIGA, J. “El discurso de Claudio ante el Senado (Ann. XI, 24) y la política imperial romana”. Acta Poética 29. 2008. p. 194.
[8] TAPIA ZÚÑIGA, J. “El discurso de Claudio ante el Senado (Ann. XI, 24) y la política imperial romana”. Acta Poética 29. 2008. p. 184.
[9] RAMÍREZ BATALLA, M.A. “Las dos caras de Jano: la imagen del bárbaro en el imperio romano”. Espacio, tiempo y forma. Serie II, Historia antigua, 22. 2009. p. 284.